domingo, 18 de enero de 2015

EL SUEÑO DE LA MARIPOSA

        Hace tanto tiempo que me contaron esta historia que ya estaba casi olvidada. Mas no siempre se olvidan las cosas que se aprendieron bien, y por eso hoy toca contarla a modo de cuento, para quienes deseen conocerlo:

        En el rincón más escondido del bosque y resguardado de los vientos de otoño, se encontraba perdido y envuelto en una hoja de morera un pequeñísimo huevo de mariposa, tan pequeño como una cabeza de alfiler. Sus hermanos ya habían sufrido su correspondiente metamorfosis en tiempo y forma, pero él, nunca supimos si por pereza o abandono, quedó pegado a esa hojita y todos olvidaron su existencia.
 

       
        Pero quiso la Madre Naturaleza que todo cuanto tuviera vida se manifestara creciendo y desarrollándose hasta lograr el fin para lo que fue creado. Y ¡así ocurrió con el pequeño huevo de mariposa!

        Una cálida mañana de otoño, muy parecida a las que estamos disfrutando ahora, el huevillo de mariposa tuvo un apetito desmesurado para su tamaño y pensó: ¡Pronto encontraré algo para comer! Así comenzó por comerse la hoja en la que se encontraba envuelto. Al caer la tarde ya había dado buena cuenta de ello, y como la noche estaba cayendo, pensó quedarse dormido y esperar a que el sol saliera y le calentara al día siguiente.

        Un pajarillo de los que siempre se quedan a vivir en el bosque, al ver que la pequeña larva se movía sin parar, se acercó con ganas de picotearla, pero la larva, haciendo acopio de toda su valentía, le dijo: ¡Por piedad! no me comas, amigo, yo también tengo mucho apetito y ni por un momento he pensado comerte.

        El pájaro y la larva de mariposa se cayeron bien y mantuvieron una conversación muy interesante. El pájaro le contaba cómo era aquel bosque y las flores que había a pesar de haber comenzado el otoño. Supuso el pájaro que la pequeña larva no viviría si alguien no se ocupaba de ella, y al conocer que lo que comía eran sólamente hojas de morera, se pasó buena parte de la mañana investigando dónde podría encontrar una, hasta que al fin divisó un árbol frondoso, y en su pico fue llevando cuantas hojas pudo de morera, no tanto para que las comiera, sino para que su amiga las devorara.

        Cada día la larva de mariposa crecía y crecía hasta que se transformó en un gusano de tamaño considerable, y por la noche, recordando las conversaciones con el pajarillo, soñaba con encontrar una hermosa rosa de color blanco. El gusano le pidió al pajarito que lo llevara en su pico hasta el pie de un rosal que tuviera rosas blancas y lo dejara allí. El pájaro buscó y buscó aquel rosal, pero no encontró ninguno en el bosque, así que tuvo que volar muy lejos, y contento de haberlo hallado, se sintió feliz.

        Hasta allí llevó el pajarito a su amigo que a estas alturas se había transformado en un gusano tan gordo que tuvo que cambiar varias veces de piel porque “su traje” se le quedaba demasiado estrecho para llevarlo de forma permanente. El gusano, incansable, trepaba y trepaba por el tallo de la rosa, mas, cuando creía estar cerca de ella, se escurría y de nuevo caía al suelo. Cada día se hacía más gordo y pesado y tenía que hacer grandes esfuerzos para conseguir trepar por aquel tallo sin resultado aparente. Cada noche soñaba el gusano con llegar hasta la rosa, y una vez allí captaba el aroma. Con su trompa chupaba el sabroso néctar y se bañaba en las gotas de rocío que le ofrecía la rosa cada mañana. Después, ocupaba todo el tiempo mariposeando de flor en flor, recorriendo sin prisa tan bello lugar. Pero al despertar veía con desilusión que todo había sido un sueño que jamás sería realidad.

        El pajarillo, como buen amigo, no le fallaba, y siempre le llevaba su alimento, aunque a decir verdad, cada vez necesitaba que fuera más abundante. Una mañana, el pájaro de nuestro cuento, al llegar al lugar donde la tarde anterior dejó a su amigo, observó que no estaba allí, y en su lugar había una crisálida cerrada, muy dura y de color blanco. Intentó preguntarle si le había visto, pero la crisálida no respondió.

        El pobre pájaro no sabía dónde podía estar su amigo, el gusano. Sin embargo, cada mañana acudía al lugar por ver si había noticias de él, ¡pero nada!...nadie sabía nada. Ni siquiera la morera que le había regalado sus hojas como alimento sabía darle razón alguna.

        El otoño avanzaba y el frío se hacía notar con fuerza. Entonces el pajarito, cansado de esperar, decidió preparar y acondicionar su nido para soportar el frío, la nieve y las lluvias del invierno que se acercaba a pasos agigantados.

        Mas, una tibia mañana de las pocas que le quedaban al otoño, la crisálida se abrió y dio suelta a lo que había atesorado durante tantos días y, ¡oh, sorpresa! De ella salió una preciosa mariposa que, desplegando sus alas, comenzó a volar para conocer cuanto había a su alrededor. Al momento recordó que había soñado con el rosal de las rosas blancas y... ¡no podía creerlo! Allí estaba la rosa más bonita que jamás soñó, y voló y revoloteó alrededor de ella hasta que la rozó con sus alas una y mil veces besándola. Ya no se acordaba de comer, ni de dormir, ni de nada que no fuera embelesarse con la rosa de sus sueños. La rosa sonreía, porque no era fácil encontrar una mariposa tan bonita en el otoño, tan avanzado.

 
        La mariposa pasó todo el tiempo de su corta vida sintiéndose libre y feliz por haber logrado hacer realidad el único sueño que había tenido por siempre jamás.

        Al atardecer del día siguiente, la mariposa cayó extenuada y sin fuerzas dentro de la corola de su rosa preferida. Todos sabemos lo corta que es la vida de las mariposas, y a la de nuestro cuento le pasó lo propio. Una pareja de gorriones pasaron rozando las ramas de la morera que apenas le quedaban ya hojas en su vestido verde. Volaron por el jardín en donde había sólamente una rosa de color blanco. Mas ellos no vieron que en el cáliz de la rosa blanca y abrigada por sus pétalos yacía inerte el cuerpecillo de una mariposa que intentó vivir su sueño, hasta lograrlo.

Y es que ...nada es inalcanzable si existe voluntad de hierro para conseguir nuestros sueños. Tal como le ocurrió a la mariposa de nuestro cuento.